miércoles, 7 de mayo de 2014

REPORTAJE #1

PARAÍSO REPENTINO, muestra de Héctor Delgado –Sinicio-.

Locación: Galería El Borde del Centro de la Imagen

Antes de leer el pequeño texto de Tilsa Otta, pintado en una pared, que refiere su análisis sobre esta muestra, uno, notando las tonalides grises, los escenarios sórdidos, y los protagonistas de las imágenes que cuelgan encuadradas en contraste sobre un espacio blanco, piensa, de inmediato, en la palabra industrialización. Efectivamente, Tilsa Otta también incluye la palabrita en su análisis. Los colores grises remontan inevitablemente a esa época. Pero las maquinarias gigantescas que poblaban la tierra en las fotografías de la Revolución Industrial, han desaparecido en la realidad -hecha a collage- de Sinicio. Eso sí, ha quedado el humo que expulsaban otrora dichosas construcciones metálicas.

El ambiente está contaminado, en los fondos, detrás de los pintorescos sujetos que protagonizan los collages, se pueden apreciar territorios depredados con grandes emanaciones gaseosas de colores oscuros y nubes negras.


Escasean las miradas. Sí, las hay, pero en todos los cuadros los sujetos han sufrido cirugías: sus ojos han sido reemplazados por otros que generan un aspecto perverso. Es como si la explotación industrial y  también la violencia de los años de guerra hubiesen afectado sus cuerpos, convirtiéndolos en monstruos.


Hay un conocido dicho que afirma que los ojos son las ventanas al alma. 
En los mundos creados por Héctor Delgado hay pocas ventanas, que dan la impresión de ser inamovibles, plásticas, carentes de vida, automatizadas, infestas por un virus que no las deja expresar emoción.

Hay otros sujetos que cubren sus ojos con lentes. Estos personajes la pasan bien, la pasan bomba, por ejemplo, en el caso de los cinco sujetos engalanados con ternos y gafas de sol, sentados sobre las butacas de algo que podría ser un cine. Estos disfrutan relajaditos de lo que hay en la pantalla, fácil el circo humano al que nos someten, mientras, a sus espaldas, el mundo explota.

 Los cinéfilos[1]

Lo que Héctor quiere expresar, a mi entender, es el desparpajo de los cerdos que gobiernan este planeta y su completa indiferencia ante la destrucción. Héctor expresa una estética caótica.
Más allá –más arriba, en estas hojas-, otros lentes con un hombre, que tiene un par de cuernos saliendo de su cabeza calva. Fuma un gran puro –o un gran troncho-, viste camisa y mandil, y entre sus manos sostiene un crucifijo. Detrás de él: una masa de humo negro se expande sobre un lugar desértico.
Más allá, unos hombres anónimos -¿jueces?-, con melenas blancas y uniformes, que los hace semejantes a ovejas del mismo rebaño, miran con parsimonia el panorama que tienen en frente: otro lugar desértico.


Más allá, dos hombres descalzos están enterrados de cabeza sobre la tierra. Entre ellos, un gordo con camisa y corbata, que podría ser un banquero, tal como un equilibrista que pasa por lo alto sobre una cuerda floja, extiende sus brazos y separa sus piernas para no perder el balance. Sus ojos están cerrados, y hay en él una expresión mecánica, como de sonámbulo, como de robot a la deriva. Pero tiene zapatos, camisa blanca y corbata. Quizá es eso lo que lo mantiene en pie. Pero, ¿qué hay de los hombres enterrados de cabeza?


La crítica me parece evidente: ni la religión, ni la política, ni el intelecto, ni el dinero salvarán al hombre de su destrucción. ¿Para qué tantos conocimientos, tanto avance científico, tantas ansias por lo material, por el reconocimiento, si igual todos nos estamos yendo a la mierda?, ¿no te das cuenta?, creo que interpela Sinicio.

Y sí, todos nos estamos muriendo.

La realidad que ha construido Sinicio es de pesadilla. Una pesadilla que sus propios protagonistas aceptan; en el caso de los cinéfilos, ellos saben que el mundo se está jodiendo, quizá, por eso, porque tienen la ventaja de ser cool, porque tienen la opción de cambiar la realidad desde sus butacas con tan sólo una llamada telefónica, en fin, porque se creen, y tal vez porque son, aunque no les pertenezca, dueños de La Tierra, la pasan bien. El hombre de los cuernos y el crucifijo también la pasa bien. Tiene lentes, fuma relax. Es cool.

La religión puede ser un vicio más, como el tabaquismo; el catolicismo puede ser otro gol de la publicidad, como la venta de cigarrillos: logra que la gente consuma irracionalmente. El hombre cornudo sosteniendo el crucifijo desliza la idea de que él maneja a su antojo la religión.

El contenido de las imágenes ha sido extraído de fotografías de revistas, de diarios. El uso del collage[2] sirve para crear una realidad del mal, con una estética que transmite la sensación del cine de horror clásico –idea del cirujano estético que desfigura la belleza natural del cuerpo: Frankenstein-. Sin embargo, el material gráfico expuesto, aunque bordea el surrealismo[3], no deja de poseer intersubjetividad, nadie puede decir que no entiende lo que ve, que es irreal, porque el collage ha sido elaborado por el autor basándose en individuos que son fácilmente reconocibles, y con los que uno puede ser prejuicioso: los políticos, los jueces, el religioso, el banquero gordo, etc.

En este sentido, el collage ayuda a que veamos la realidad como tal vez la representamos con nuestra opinión. Una realidad incómoda. El mundo real no se ve tan mal, tiene color, y los políticos, por ejemplo, cuando no se muestran para las cámaras, cuando no cometen deslices que revelan su absoluto desinterés por la sociedad, aparentan que sí, que les importa el desarrollo. Pero si eso fuese cierto, este collage sería incomprensible.

Pero no lo es.

Aparte de las observaciones anteriores, noto que hay elementos que prevalecen a la depredación. Incluso la naturaleza está muerta con la ausencia de colores llamativos, con los panoramas de destrucción, de apocalipsis, de soledad. La niña que se traga el pájaro.

Pero los lentes están ahí, los lazos de tela, la bufanda y el collar, las corbatas y los ternos están ahí. Las bombas están ahí. No hay vida en las imágenes, pero sí una preservación de las creaciones humanas, que reflejan sus ideas, sus necesidades, y sus vicios. Es como si creásemos para que los objetos nos excedan, para que nos hagan ver mejor. Para que nos representen. Como a esta señora:

 La señora representada por su, aparente, bufanda y su collar[4]

En el fondo, esta exposición, con altas sugerencias críticas, con alteraciones de la realidad que pueden resultar atrevidas y jocosas, no deja de ser, para un servidor, una muestra lamentable y decadente de lo que en algunos momentos es el presente del mundo. A lo mejor, es un escenario exagerado el planteado por Sinicio; a lo mejor, no somos así. Igual, a pesar de todo, esta exposición –nunca mejor aplicada la denominación para esta actividad-, esta exposición está hecha de imágenes que el individuo, si así lo desea, amén, puede llenar de color si ha entendido a l g o del mensaje.  




[1] El autor de este texto se tomó la libertad de bautizarlos así, para una mayor facilidad al referirlos.
[2] La estética Dadaísta está bastante presente en la obra de Héctor Delgado, Sinicio. Él mismo ha declarado que su obra, muchas veces, es compuesta por el azar, como una nueva versión de la fórmula de Tristan Tzara para crear poemas, eso de recortar palabras de un periódico, meterlas en una bolsa y sacarlas de una en una, dejando que la suerte haga su manifiesto artístico. Héctor Delgado recorta imágenes y las somete al mismo procedimiento. No obstante, la uniformidad temática y estética de los cuadros de Paraíso Repentino, muestra que visitó un servidor, dan a entender la intención del autor.
[3]Hay un diálogo con la poesía surrealista de César Moro, las imágenes como subyacentes a la conciencia:
-El pantalón y la chaqueta hacen el trabajo, pero tu corazón tiene un panorama, y el jugo de tu chaleco, ¡oh, prendas de vestir!
-Igual que tu ventana que no existe, como una sombra de mano en un instrumento fantasma, igual que las venas y el recorrido intenso de tu sangre, con la misma igualdad con la continuidad preciosa que me asegura idealmente tu existencia
A una distancia, a la distancia, a pesar de la distancia, con tu frente y tu rostro, y toda tu presencia sin cerrar los ojos,
Y el paisaje que brota de tu presencia cuando la ciudad no era no podía ser sino el reflejo inútil de tu presencia de hecatombe,
Para mejor mojar las plumas de las aves, cae esta lluvia de muy alto, y me encierra dentro de ti a mí solo,
Dentro y lejos de ti, como un camino que se pierde en otro continente.
[4] Ídem al primer pie de página.

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