martes, 13 de mayo de 2014

ENTREVISTA #2

Rafael Cabral
Estudia Comunicaciones en la Universidad San Martín de Porres. Tiene 25 años. Es líder de la banda Difteria. Escribió un blog llamado El blog del Papanatas.

Haces música, escribes guiones, trabajas en un medio audiovisual. ¿Eres un artista?
Creo que el arte guarda una consciencia de lo que se hace, yo no tengo esa consciencia. Me la invento, como creo que hace mucha gente actualmente: fotógrafos, pintores, actores, etc. No soy artista.
Entonces, ¿cómo es que creas obras tipo El pasajero anímico*?
Creo que el arte es subjetivo, pero la creación puede ser objetiva, como un carro, una casa o un iPhone; estos objetos son creaciones, pero jamás he escuchado que se les llame arte, así mismo hay obras que pueden considerarse artísticas como que no, depende siempre de otros, por eso uno no puede llamarse artista a sí mismo.
¿Ni  Gustavo Cerati?
No creo que Cerati se haya considerado artista cuando empezó. Sin embargo, el reconocimiento externo termina por hacerte pensar “chucha, a muchos les gusta lo que hago”.
Personalmente, ¿crees que alguna creación tuya debería ser considerada o reconsiderada?
Creo que uno mismo puede gustar de su obra y recomendarla, como un carpintero recomienda su trabajo, así que hay algunas canciones y textos que he recomendado más de una vez. Esto puede ser un medio de reconocimiento en algún grupo o colectivo. Si alguien disfruta de algo en la misma manera que yo, podemos intercambiar obra.


Me has dicho que la vida es dejar una obra que trascienda, ¿te sientes frustrado?
No, porque aún no he muerto, ni estoy en planes.
Pero lo estuviste, ¿importa más la obra que la vida?
Creo que lo importante es dejar una obra que sea reflejo de las propias ideas, es por esto que no se considera artistas a directores de cine de encargo y sí a escritores/directores o con un concepto propio desarrollado. Creo que las ideas podrían considerarse arte. Por poner un ejemplo, Leo Bacteria murió dejando decenas de álbumes de distintos proyectos, todos distintos pero fiel a sus ideas, si bien su obra podría no ser considerada arte, su pensamiento y forma de trabajo sí.
¿Puedes mencionar una persona que sin tener obra cumpla con lo que acabas de decir?
Creo que no, porque todas las personas materializan sus ideas de algún modo, sea en arte, en texto, en manualidades, o en su familia. Esta forma física es la que define finalmente si la idea era arte o no. Todos podemos tener hijos, esto no es arte, pero la idea que tenemos sobre cómo haremos para criarlos podría ser considerada arte.
Entonces, ¿eres un artista o no?
No tengo hijos (ríe), pero si diez personas me llaman artista te diré que tal vez.
¿Hannibal Lecter es un artista?
Hannibal Lecter es ficción, es arte de su creador. Quizá Jeffrey Dahmer podría ser un artesano, cortaba perfectamente las cabezas de sus víctimas.

*Cortometraje El pasajero anímico:



TANTAS VECES, MICRO

Sacar belleza de este caos es virtud, ¿o no?
Gustavo Cerati

Ayer, plan de seis de la tarde, bajé en la estación Miguel Grau del tren eléctrico. A diferencia de otros días, no llevaba mi mochila, sino una guitarra eléctrica colgando de mi espalda. Los carros llegaban casi llenos al semáforo, mientras el flujo de gente aumentaba con cada tren que arribaba a su destino final. Ingenuamente, disfrutaba del efecto doppler de una sirena de ambulancia y del final de uno de los últimos ocasos del año. Ingenuamente, me acerqué a un microbús de la línea 16. Cuando intenté subir, el cobrador me hizo el pare:

-Con esa vaina no, tío.

Claro. Viajamos en el transporte público más cómodo del mundo, los cobradores no pueden permitir que el tío universitario impertinente ponga en riesgo, con su vaina, el confort de los pasajeros. El bus estaba lleno, hay que ser considerados. Di unos pasitos hacia atrás. De inmediato, vi cómo mi sobrino dejó de bloquear la puerta e hizo subir a cinco.



Me sentí discriminado. No cargaba un objeto de varios kilos, no era una bolsa de mercado mayorista con olor a verduras ni un bebé, era una guitarra frágil que con el mástil adherido a mi pecho no iba a fastidiar a nadie. El cobrador no me dejó entrar, pero dejó que otras personas lo hagan. El asunto es simple: la guitarra no paga pasaje.

No es un secreto que el tráfico y el transporte público de Lima son, disculpe la expresión distinguido lector, una MIERDA que funciona más por ingenio y por necesidad que por una estructura lógica. Funciona al champazo.

Consciente de la pérdida de tiempo y el daño biliar que es renegar por estas contingencias de la vida limeña, me entretuve pensando en las alternativas que tenía para movilizarme, mientras esperaba que las latas vengan con menos sardinas, digo, que los micros vengan con menos gente.

Una opción era ir caminando. Una hora de la estación Miguel Grau a la Universidad Católica. Lejitos. Decidí coger un micro hasta el cruce de las avenidas Venezuela y Dueñas. De ahí me pasé a una 16. Gasté cincuenta céntimos más de lo normal. La china para la pirañita.


No soy un extraño para estas situaciones, a diario tengo que convivir con vehí-culos repletos. No miento al decir que pierdo casi veinte minutos esperando a que pase un carro medio lleno al paradero, porque medio vacío es imposible. En ese lapso transitan frente a mí más de cinco micros de la línea que hace la ruta hacia mi universidad, todos repletos. Igual, los conductores, aprovechando el semáforo, se estacionan al lado de la pista y recogen gente. La mayoría, al verlos, avanza hacia ellos como hormigas. Me ha pasado que he seguido a las hormigas, contagiado de entusiasmo, de la ansiedad del tener que llegar a tiempo. Me ha pasado que he perseguido a la bendita puerta con el cobrador con medio cuerpo afuera. He franqueado al micro, dando saltitos a su lado, esperando que al chofer se le antoje parar. Me ha pasado que he sido el primero en la fila que yo creí que estaba haciendo con el resto de usuarios del transporte público, y nunca, en esas circunstancias, ha faltado la señora que, repentinamente, se ha plantado delante de mí y me ha desplazado a una posición rezagada, mientras el resto de personas que estaba a mis espaldas me ha recordado, al pasarme por encima, que hay pugna por un espacio mínimo en el microbús de las siete de la mañana. No hay sentimiento de otredad.

Pasado todo ese ajetreo, llego a la Católica para leer a Platón, hora y media después de haber salido de casa. Definitivamente, no soy el único estudiante que pasa por estas cotidianeidades, ni seré el último.

¿Soluciones?

Tal vez la ubicación estratégica de paraderos de taxis colectivos nos aliviaría la vida a muchos. El taxi colectivo está prohibido por ley en esta ciudad. Así como en Alemania, cuenta Ribeyro, una señora que atendía un quiosco le cerró el vidrio en las narices cuando este le pidió que le fíe una cajetilla de cigarrillos, en esta ciudad desconocemos de aceptar medidas ingeniosas y sencillas para solucionar problemáticas que nos afectan. Quizá los alemanes desconocen el fiado porque nunca han estado en la necesidad de hambre como para pedirle al bodeguero un alimento que se pagará al día siguiente, pero que vivamos en una ciudad subdesarrollada, donde convivimos con un transporte público insatisfactorio, debería ser pretexto para unirnos y para que nos ayudemos a llegar a nuestro destino. O sea, está prohibido el taxi colectivo, pero no está prohibido que cuatro personas hagan una chanchita para pagar una carrera que las acerque a sus lugares. Pero decía que aquí no hay sentimiento de otredad. ¿O sí? Si Ribeyro resucitado les propusiese viajar juntos, ¿aceptarían?


Para finalizar, no es común que viaje con mi guitarra en hora punta, pero el haberlo hecho hoy me afectó como para pensar en aquellas personas que por trabajo, estudio o alguna necesidad tienen que movilizarse llevando objetos considerables. ¿Cómo hacen? El transporte ha mejorado con El Metropolitano y con La Línea Uno del Tren Eléctrico, pero si asumimos el rol de impulsadores de soluciones para los inconvenientes del día a día ayudaríamos tanto a la masa como a casos individuales. Así como la campaña para mejorar trámites burocráticos con ideas de ciudadanos, tendría que haber otra que premie salidas inteligentes para estas lamentables contingencias. 

PD: Cuando tenga mi carro prometo que los llevaré a todos.

viernes, 9 de mayo de 2014

TE AMO, OBJETO

Tengo una nueva pertenencia. Un termo de color morado. Mi abuelo me lo regaló porque no quiere ser despertado por el nieto insolente que se mete a su piso por las madrugadas para echarse combustible: una taza de café.

Alejado de la jarana en esta extraña tranquilidad de invierno, he reemplazado las noches bohemias por la lectura a luz de lámpara y los rituales de escritura. Pero estas actividades serían imposibles sin el soporte de mi queridísima taza PUCP, de aluminio y plástico azul. Y del café, obvio.

La taza llegó a mi posesión el año pasado, los primeros días de Noviembre.

Desde que la vi me enamoré de ella, la chica con la que salía también se sintió afectada por la belleza desdeñosa del objeto: me pidió que se la regale. Ahora no sé si porque le gustaba la tacita o porque se sentía celosa de ella, augurando los días que pasaría en compañía suya. Digamos que acertó: ya no salgo con esa chica y la relación con mi taza de café se ha intensificado.


Vivo con mi madre y con mi hermana menor. Pero afirmo que paso más tiempo con mi taza. Es curioso cómo algunos objetos llegan a formar parte de nuestras vidas, haciéndose acreedores de todo nuestro cariño, aunque pueda sonar medio frívolo o carente de inteligencia decir que quiero a mi taza o que amo a mi televisor –desconfiaría de quienes sugieran lo último-.

Recuerdo una anécdota de infancia, que no se cansa de referir mi abuelo cada vez que soy el tema de conversación. Corría la primera mitad de los años noventa, cuando un servidor, todavía más flaco y más pálido que hoy, hizo un berrinche de los mil demonios porque habían roto, por fin, después de decenas de cocidas, sus mediecitas. Las mediecitas en cuestión eran un par de calcetines con dibujos de Popeye, programa animado que veía todas las tardes con mi leche y galletas animalitos. Mi abuelo justificó el haber roto salvajemente mis medias favoritas porque había llegado al punto en que daban pena. Desde entonces, mantengo la costumbre de encariñarme con ciertos objetos que considero parte de mí.

Hace algunos años, la tía de Estados Unidos me envió un juego de pijama azul. Pero me gustaba tanto la polera que no la usaba para dormir, sino para salir a la calle, hasta para las fiestas. Mi padre me recriminó la falta de consideración que tenía por mí mismo al vestirme así.

-¿Qué te pasa? –me interpeló-. Ni que no tuvieras otra ropa.

Le tenía cariño a la polera.

Tengo un vecino que, desde hace más de quince años –tal vez desde mucho antes, pero yo dejo testimonio a partir del momento en que me percaté de su curiosa existencia-, viste a diario una camisa negra, no sé si la misma, pero nunca lo he visto con otra cosa cubriendo su torso. Puede que digan lo mismo de mí: ¿ese pata no tiene otros pantalones aparte de esos jeans rotos?


¿Quién no conoce a una abuela con preferencias por sus ollas? Mi bisabuela, hoy en otra vida, no podía comer si no lo hacía con su gran tenedor, uno que se diferenciaba del resto de utensilios por su prominente tamaño. Muchas veces se lo escondí antes del almuerzo sólo por la satisfacción de verla desconcertada en su búsqueda; el jueguito terminaba cuando se daba cuenta de que yo tenía algo que ver con la desaparición, entonces me dirigía una mirada furiosa y me preguntaba:

-¿Dónde está?

Por el abuso de consumo de ciertos humanos, quienes compran cada vez que hay ofertas aunque no sea necesario, los artefactos se han vuelto fríos a los ojos. Pero es innegable la compañía que nos hacen en el espacio, imagínense su sala vacía: sin muebles, sin el módulo para el televisor, sin la mesita con el florero. Qué desgracia.
También hay objetos que se hacen célebres por diferenciarse por feeling de sus hermanos de madre industrial, como los famosos lentes de The Client de Enrique Tataje. El reloj pasado de generación en generación, el Nokia inmortal, la pipa peculiar, el encendedor de color llamativo pasado de mano en mano y de bar en bar, etc...



Aparte de las funciones específicas que cumplen, creo que las cosas nos hacen sentir menos solos. Son como mascotas.  

De repente la soledad, o una incierta necesidad de amar o de expresar y sentir afecto, nos hace querer a la tecnología. En la película Her, un hombre se enamora de su sistema operativo. Es válido añadir que involucrarte en una relación con un objeto tiene sus ventajas: no dramatizan como las mujeres ni se embriagan comos los hombres.

Charles Bukowski tiene un cuento llamado Amor por 17, 50$, que narra la historia de Robert, un sujeto que se enamora del maniquí de una tienda. Robert compra el maniquí y lo bautiza como Stella. Un fragmento:

Robert aparcó el coche en la manzana siguiente y volvió andando hasta la tienda. Se paró en la puerta, entre los montones de periódicos, y la miró. Incluso sus ojos parecían reales, y la boca era muy atrayente, haciendo como un pucherito.
Entró al interior y se puso a mirar los discos. Ahora estaba más cerca de ella, le lanzaba miradas furtivas de vez en cuando. No, ahora ya no las hacían así. Tenía incluso tacones altos.
La chica de la tienda se acercó.
—¿Puedo ayudarle, señor?
—No, gracias, sólo estoy mirando.
—Si hay algo que desee, hágamelo saber.
—Sí, claro.
Robert se acercó con disimulo al maniquí. No había ninguna etiqueta con el precio. Se preguntó si estaría a la venta. Volvió al estante de los discos, cogió un álbum barato y se lo compró a la chica
”.


Otro:

Harry estaba allí sentado bebiendo cerveza. Harry nunca había tenido una mujer, pero siempre estaba hablando de ellas. Había algo enfermizo en Harry. Robert no puso mucho interés en la conversación y Harry se fue pronto. Robert se dirigió hacia el armario y sacó a Stella.
—¡Tú, condenaba puta! —dijo—, me has estado engañando ¿eh?
Stella no contestó. Estaba allí, mirándole fría y tranquilamente. Le pegó una buena bofetada. Se podía caer el sol antes de que una mujer fuese por ahí engañando a Bob Wilkenson. Le pegó otra buena bofetada.
—¡Eres un maldito coño! Te fallarías a un niño de cuatro años si le pudieses poner la pililla dura ¿eh?
La abofeteó de nuevo, entonces la agarró y la besó. La besó una y otra vez. Entonces le metió las manos por debajo del vestido. Estaba bien formada, muy bien formada. Stella le recordaba a una profesora de álgebra que había tenido en bachillerato. Stella no llevaba bragas.
—Grandísima puta —le dijo—. ¿Quién se llevó tus bragas?
”.

En Internet encontré el fragmento de un poema titulado Mi pantalón, de un tal Saúl Schkolnik:

Mi pantalón
tiene dos piernas
igual que yo.
Se sienta cuando me siento,
¡qué atento!
Se para cuando me paro,
¡qué raro!
Camina cuando camino,
¡qué fino!
(…)[1]

Creo que cada uno tiene su historia íntima con las cosas, sean prendas de vestir o artefactos. 
Yo sólo les puedo decir que no novia, no tengo un gato, pero tengo mi tacita. Ojalá que no se ponga celosa del termo morado.





[1] Link al poema: http://lectoaperitivos.com/la/poemas-de-autor-a-objetos/

jueves, 8 de mayo de 2014

REPORTAJE #2

MUROS, PINTURAS, ACCIÓN

Un profesor de la Universidad dijo que los peruanos podíamos ser malos para cualquier cosa, excepto para la poesía. Creí que su feeling por los vates nacionales lo sesgaba hasta la exageración. Pero no.

Clase tras clase, era víctima de las bofetadas de Vallejo, de la errática mano de Adán, de los laberintos de Oquendo de Amat y de los delirios pasionales de Moro. Washington Delgado, Blanca Varela, Juan Gonzalo Rose, Jorge Pimentel, Luis Hernández, Westhpalen, Chocano, Heraud… y una página siempre será ingrata para todos nuestros poetas.

Los que no son para nada ingratos, son los muchachos de Acción Poética Lima. No es tan sólo esperanza, pero es la primera palabra que se me viene a la cabeza cuando observo sus murales. Entonces, los comparo. Son los herederos de Eielson, pienso, el mismo que dejó fragmentos del universo regados por las calles de Venecia, los mismos que pintan versos en las paredes. Murales.


Acción Poética nació en un México destruido por el narcotráfico, hace 15 años. Su padre, Armando Alanis, quería dar mensajes de aliento a sus compatriotas.  El resultado es un movimiento literario-social-filántropo que se expande por toda Sudamérica. ¿Por qué lo hacen?, le pregunto a Antonella, fundadora del proyecto en nuestra ciudad. Queremos sensibilizar a las personas, hacerlas reflexionar, darles mensajes que las motiven y las ilusionen. Queremos que conozcan nuestra riqueza poética. Queremos que la gente lea. Y lo están consiguiendo. A pesar de que a nadie le interesa leer, concluye. Pienso: si las personas no van a las bibliotecas, los versos salen a las calles. Hoy, la vida te puede sorprender al doblar una esquina con algo así: “Estoy cansado, pero no vencido”. “Prohibido estar triste”. “Saber más es ser más libre”.




Leer poesía es revolucionario, continúa Antonella. Nayla, su compinche en este sueño de la realidad llamado Acción Poética, me dice: soy una mujer revolucionaria. Yo sonrío. Pidió permiso a sus padres para pertenecer al movimiento. Ellos se lo negaron. Aquí la tenemos. Antonella tiene 17 años; Nayla, 18. Acción Poética Lima está conformado, en su mayoría, por jóvenes decididos.

¿Quiénes financian el proyecto? Ellos mismos. ¿Quiénes buscan las paredes? Ellos mismos. ¿Quiénes las pintan? Ya saben. En 5 meses, hay 61 murales en toda Lima. El movimiento se ha descentralizado: hay Acción Poética en Trujillo, Acción Poética en Pucallpa, Acción Poética en Piura, y en otras 10 ciudades del país. Prefieren mantenerse alejados de la política. Muy bien. Todos son bienvenidos. Si te interesa: únete. No hay fines de lucro. Pienso en ellos, pienso en mi generación Combate, y la duda regresa: ¿Por qué?

Una mañana, fuimos a hacer una intervención –así es como le llaman a la poetización de las paredes- en Surco, me cuenta Antonella. Estábamos pintando algo de Frida Kahlo. Nos dimos cuenta de que una señora nos miraba desde la ventana del segundo piso de en frente. Luego, se presentó mediante un intermediario, su sobrinito: su nombre es Adela, tiene 85 años y quiere saber a quién le pertenece la frase “¿Para qué quiero pies si tengo alas para volar?”. La señora sufría una enfermedad que le hacía difícil caminar. No hay palabras para describir su mirada desde la ventana, me dice Antonella –y sus ojos brillan-. Que alguien se emocione así con lo que hacemos es nuestra recompensa. Entiendo todo.


La Acción Poética está en las calles. El proyecto no sólo se limita a pintar muros. Los muchachos tienen pensado organizar talleres de creación de murales, subirse a los micros a recitar poemas y regalar tarjetitas con versos a los transeúntes. Si algún día leen “Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido” en vez de “Tu envidia es mi progreso” en la parte trasera de un micro, ya saben a quiénes culpar.

Iniciativas como esta merecen ser difundidas y aplaudidas –clap, clap-. No sólo reivindican y rinden homenaje a nuestros poetas al recordar sus frases en los murales, también alientan a los ciudadanos a seguir siempre en la lucha. A no rendirse. A ser libres. A soñar con lo infinito. 

Con lo imposible. 



Creo que cuando Víctor Vich dijo que somos buenos haciendo poesía, quiso decir que de verdad somos buenos. La hacemos bien.

Abril, 2013

miércoles, 7 de mayo de 2014

TELEBASURA


letra i


REPORTAJE #1

PARAÍSO REPENTINO, muestra de Héctor Delgado –Sinicio-.

Locación: Galería El Borde del Centro de la Imagen

Antes de leer el pequeño texto de Tilsa Otta, pintado en una pared, que refiere su análisis sobre esta muestra, uno, notando las tonalides grises, los escenarios sórdidos, y los protagonistas de las imágenes que cuelgan encuadradas en contraste sobre un espacio blanco, piensa, de inmediato, en la palabra industrialización. Efectivamente, Tilsa Otta también incluye la palabrita en su análisis. Los colores grises remontan inevitablemente a esa época. Pero las maquinarias gigantescas que poblaban la tierra en las fotografías de la Revolución Industrial, han desaparecido en la realidad -hecha a collage- de Sinicio. Eso sí, ha quedado el humo que expulsaban otrora dichosas construcciones metálicas.

El ambiente está contaminado, en los fondos, detrás de los pintorescos sujetos que protagonizan los collages, se pueden apreciar territorios depredados con grandes emanaciones gaseosas de colores oscuros y nubes negras.


Escasean las miradas. Sí, las hay, pero en todos los cuadros los sujetos han sufrido cirugías: sus ojos han sido reemplazados por otros que generan un aspecto perverso. Es como si la explotación industrial y  también la violencia de los años de guerra hubiesen afectado sus cuerpos, convirtiéndolos en monstruos.


Hay un conocido dicho que afirma que los ojos son las ventanas al alma. 
En los mundos creados por Héctor Delgado hay pocas ventanas, que dan la impresión de ser inamovibles, plásticas, carentes de vida, automatizadas, infestas por un virus que no las deja expresar emoción.

Hay otros sujetos que cubren sus ojos con lentes. Estos personajes la pasan bien, la pasan bomba, por ejemplo, en el caso de los cinco sujetos engalanados con ternos y gafas de sol, sentados sobre las butacas de algo que podría ser un cine. Estos disfrutan relajaditos de lo que hay en la pantalla, fácil el circo humano al que nos someten, mientras, a sus espaldas, el mundo explota.

 Los cinéfilos[1]

Lo que Héctor quiere expresar, a mi entender, es el desparpajo de los cerdos que gobiernan este planeta y su completa indiferencia ante la destrucción. Héctor expresa una estética caótica.
Más allá –más arriba, en estas hojas-, otros lentes con un hombre, que tiene un par de cuernos saliendo de su cabeza calva. Fuma un gran puro –o un gran troncho-, viste camisa y mandil, y entre sus manos sostiene un crucifijo. Detrás de él: una masa de humo negro se expande sobre un lugar desértico.
Más allá, unos hombres anónimos -¿jueces?-, con melenas blancas y uniformes, que los hace semejantes a ovejas del mismo rebaño, miran con parsimonia el panorama que tienen en frente: otro lugar desértico.


Más allá, dos hombres descalzos están enterrados de cabeza sobre la tierra. Entre ellos, un gordo con camisa y corbata, que podría ser un banquero, tal como un equilibrista que pasa por lo alto sobre una cuerda floja, extiende sus brazos y separa sus piernas para no perder el balance. Sus ojos están cerrados, y hay en él una expresión mecánica, como de sonámbulo, como de robot a la deriva. Pero tiene zapatos, camisa blanca y corbata. Quizá es eso lo que lo mantiene en pie. Pero, ¿qué hay de los hombres enterrados de cabeza?


La crítica me parece evidente: ni la religión, ni la política, ni el intelecto, ni el dinero salvarán al hombre de su destrucción. ¿Para qué tantos conocimientos, tanto avance científico, tantas ansias por lo material, por el reconocimiento, si igual todos nos estamos yendo a la mierda?, ¿no te das cuenta?, creo que interpela Sinicio.

Y sí, todos nos estamos muriendo.

La realidad que ha construido Sinicio es de pesadilla. Una pesadilla que sus propios protagonistas aceptan; en el caso de los cinéfilos, ellos saben que el mundo se está jodiendo, quizá, por eso, porque tienen la ventaja de ser cool, porque tienen la opción de cambiar la realidad desde sus butacas con tan sólo una llamada telefónica, en fin, porque se creen, y tal vez porque son, aunque no les pertenezca, dueños de La Tierra, la pasan bien. El hombre de los cuernos y el crucifijo también la pasa bien. Tiene lentes, fuma relax. Es cool.

La religión puede ser un vicio más, como el tabaquismo; el catolicismo puede ser otro gol de la publicidad, como la venta de cigarrillos: logra que la gente consuma irracionalmente. El hombre cornudo sosteniendo el crucifijo desliza la idea de que él maneja a su antojo la religión.

El contenido de las imágenes ha sido extraído de fotografías de revistas, de diarios. El uso del collage[2] sirve para crear una realidad del mal, con una estética que transmite la sensación del cine de horror clásico –idea del cirujano estético que desfigura la belleza natural del cuerpo: Frankenstein-. Sin embargo, el material gráfico expuesto, aunque bordea el surrealismo[3], no deja de poseer intersubjetividad, nadie puede decir que no entiende lo que ve, que es irreal, porque el collage ha sido elaborado por el autor basándose en individuos que son fácilmente reconocibles, y con los que uno puede ser prejuicioso: los políticos, los jueces, el religioso, el banquero gordo, etc.

En este sentido, el collage ayuda a que veamos la realidad como tal vez la representamos con nuestra opinión. Una realidad incómoda. El mundo real no se ve tan mal, tiene color, y los políticos, por ejemplo, cuando no se muestran para las cámaras, cuando no cometen deslices que revelan su absoluto desinterés por la sociedad, aparentan que sí, que les importa el desarrollo. Pero si eso fuese cierto, este collage sería incomprensible.

Pero no lo es.

Aparte de las observaciones anteriores, noto que hay elementos que prevalecen a la depredación. Incluso la naturaleza está muerta con la ausencia de colores llamativos, con los panoramas de destrucción, de apocalipsis, de soledad. La niña que se traga el pájaro.

Pero los lentes están ahí, los lazos de tela, la bufanda y el collar, las corbatas y los ternos están ahí. Las bombas están ahí. No hay vida en las imágenes, pero sí una preservación de las creaciones humanas, que reflejan sus ideas, sus necesidades, y sus vicios. Es como si creásemos para que los objetos nos excedan, para que nos hagan ver mejor. Para que nos representen. Como a esta señora:

 La señora representada por su, aparente, bufanda y su collar[4]

En el fondo, esta exposición, con altas sugerencias críticas, con alteraciones de la realidad que pueden resultar atrevidas y jocosas, no deja de ser, para un servidor, una muestra lamentable y decadente de lo que en algunos momentos es el presente del mundo. A lo mejor, es un escenario exagerado el planteado por Sinicio; a lo mejor, no somos así. Igual, a pesar de todo, esta exposición –nunca mejor aplicada la denominación para esta actividad-, esta exposición está hecha de imágenes que el individuo, si así lo desea, amén, puede llenar de color si ha entendido a l g o del mensaje.  




[1] El autor de este texto se tomó la libertad de bautizarlos así, para una mayor facilidad al referirlos.
[2] La estética Dadaísta está bastante presente en la obra de Héctor Delgado, Sinicio. Él mismo ha declarado que su obra, muchas veces, es compuesta por el azar, como una nueva versión de la fórmula de Tristan Tzara para crear poemas, eso de recortar palabras de un periódico, meterlas en una bolsa y sacarlas de una en una, dejando que la suerte haga su manifiesto artístico. Héctor Delgado recorta imágenes y las somete al mismo procedimiento. No obstante, la uniformidad temática y estética de los cuadros de Paraíso Repentino, muestra que visitó un servidor, dan a entender la intención del autor.
[3]Hay un diálogo con la poesía surrealista de César Moro, las imágenes como subyacentes a la conciencia:
-El pantalón y la chaqueta hacen el trabajo, pero tu corazón tiene un panorama, y el jugo de tu chaleco, ¡oh, prendas de vestir!
-Igual que tu ventana que no existe, como una sombra de mano en un instrumento fantasma, igual que las venas y el recorrido intenso de tu sangre, con la misma igualdad con la continuidad preciosa que me asegura idealmente tu existencia
A una distancia, a la distancia, a pesar de la distancia, con tu frente y tu rostro, y toda tu presencia sin cerrar los ojos,
Y el paisaje que brota de tu presencia cuando la ciudad no era no podía ser sino el reflejo inútil de tu presencia de hecatombe,
Para mejor mojar las plumas de las aves, cae esta lluvia de muy alto, y me encierra dentro de ti a mí solo,
Dentro y lejos de ti, como un camino que se pierde en otro continente.
[4] Ídem al primer pie de página.

PERIODISMO DE ENTRETENIMIENTO

Ahora que el Colegio de Periodistas del Perú ha iniciado una campaña en contra de la televisión basura[1], empiezo a dudar más sobre lo que es el periodismo. Ya me había acostumbrado a revisar en mi FB rebotes de diarios peruanos sobre El valor de la verdad, Combate y La Paisana Jacinta.
Para actualizarme, con optimismo de invierno, navegué un rato por los soportes digitales de El Comercio y RPP, supuestos medios de información seria y veraz. La actualización sólo me confirmó que todo sigue igual[2]. Las noticias de siempre.



Se puede justificar el contenido por la necesidad de publicar información al minuto, por el  carácter veloz de Internet, porque hay que renovar el sitio constantemente para mantener enganchados a los consumidores. Si no, se van, y mientras menos visitas menos invertirán los empresarios en la publicidad, menos ganancias para nosotros pensarán los community manager. Pero, ¿acaso este tipo de noticias no se publican desde los días de la prensa chicha, antes de que las personas seamos sometidas por el tiempo de la red? Otra pregunta: ¿desde cuándo que Gisela le crea a Roberto es un hecho que merece ser informado?
Tal vez la estética se ha transformado en algo menos burdo, ya no hay calatas en portada, pero la prensa digital peruana hace continuismo del legado de la prensa chicha, cuyos objetivos eran desinformar y mantener alejados de una posición crítica a sus lectores. Hoy, el contenido simplón de los medios es utilizado para atraer a incautos que haciendo click en el titular llamativo compran la nota, financian al medio y son tentados a gastar su dinero con la sugerencia de sorprender a mamá en su día con una mercancía. Eso en la parte de política, claro, política es cómo seguir ampliando los tentáculos del modelo de vida capitalista.



Eso por un lado.

Por otro, los defensores del status quo mediático saldrán a afirmar que vivimos en un mundo globalizado y de libre mercado, donde hay que pensar comercialmente para que la empresa subsista. Que el entretenimiento también es una necesidad humana. Sí, ¿y desde cuándo el entretenimiento es algo tan espantoso?

Uno es lo que hace con lo que hicieron de él[3]. ¿Qué somos ahora los periodistas? ¿Publicistas de la noticia? ¿Se puede hacer más en este medio de periodismo industrial?


Los medios digitales de información se han transformado en catálogos con textos interesantes enmarcados por anuncios publicitarios;  el fin de las notas, en su mayoría, no es informar, sino vender. Hay que vender lo que la gente quiere comprar. Ley de la oferta y la demanda. ¿Esas notitas tipo informando que El equipo rojo fue sentenciado por no competir o cómo luce actualmente el elenco de Matrimonio con hijos son lo único que hay para rellenar su página de entretenimiento?

Sobre este punto, McLuhan decía que el medio es el mensaje, algunos teóricos afirman que hoy el mensaje es el mensaje: ¿qué nos dicen los medios cuando plantan en sus portadas un primer plano de Florcita?
Que somos unos imbéciles. Disculpen la falta de tolerancia, pero sólo puedo calificar así a quien no se da cuenta de que están perjudicando su inteligencia para que una gran minoría de terceros engrose sus billeteras.

Suena medio hipócrita que los periodistas, cuyos antepasados, malhechores de esta profesión noble, expandieron la escuela del sensacionalismo-amarillismo que data hasta la fecha, retomo, suena medio hipócrita que los periodistas que avalan el contenido y la forma de la actual prensa digital se quejen de la TV Basura cuando son los mismos periodistas quienes la usan para producir sus notas[4].

Los consumidores las compran. Es lo que les gusta, Luis, sugerirán. Pero, ¿por qué su eje siempre es lo trivial? ¿Es que no hay nada más? ¿Por qué no publican notas relativas al arte? ¿Es que somos marcianos quienes disfrutamos de la lectura, de una obra teatral, de la danza o de un buen concierto de música? ¿Acaso Fabricio Tórres del Águila, editor del sitio digital de El Comercio, y los Miró Quesada no disfrutan de estos espectáculos?

Ah, este incauto no ha visto la sección de Luces de El Comercio, dirán con suspicacia.

Aquí sus últimas noticias de la parte Libros[5]:
05/05/2014: FILBO 2014: así se lleva a cabo la participación peruana.
30/04/2014: Obras de García Márquez lideran ventas en en feria dominicana.
El en en de arriba es falla de origen.
29/04/2014: Hoy comienza la Feria del Libro de Bogotá.

Hay cuatro fotografías seguidas de Mario Vargas Llosa. Información sobre libros nada.

No obstante, el lunes 05 de mayo se presentó en el Auditorio del Instituto Raúl Porras Barrenechea la novela La taberna al pie del mar de Christian Essenwanger. El martes 06 se presentaron en el mismo lugar los libros del autor boliviano Georgette Canedo de Camacho, y en el Auditorio de la Casa de la literatura se presentó Aún los días con sol de Ysa Navarro. Y la lista sigue.

No se trata de que una actividad sea mejor que otra, no se trata de que leer una novela sea mejor que ver un programa de televisión. Está pasando que padecemos una notoria falta de interés de los editores de contenido por buscar información más allá de las rentas y la televisión. Creo yo que la forma de luchar contra el sensacionalismo de los medios, no es precisamente con la censura, sino con la competencia, ayudando a los miembros de esta sociedad a encontrarse con nuevas y diversas opciones de entretenimiento.  

Con bastante acierto, Eduardo Lavado, editor de Somos, comentaba que su padre se encargó de que un periódico estuviera siempre sobre la mesa de comedor. Nunca le impusieron que lea, pero la opción de hojear las noticias estaba a su alcance. Y picó el anzuelo.

Las opciones culturales también deberían estar siempre a nuestro alcance.
Está bien que la gente elija lo que quiera, pero estaría mejor aún si se completase la baraja de posibilidades, de modo que las opciones de entretenimiento sean más ricas y así el peruano pueda realmente elegir, y no que otros lo hagan, implícitamente, por él, como ocurre hoy.

Para lograr este ideal, se requiere de periodistas que no se vendan por una comida, como dijo Maiakovski. Se necesita también de estudiantes de periodismo que no piensen en enrolarse a los medios, porque es poderosa su máquina de transformación ideológica, y porque ahí un gran prospecto de periodista puede terminar escribiendo artículos sobre productos de belleza. El periodista de hoy tiene que pensar en crear su espacio en plena concentración de medios empresariales repartiendo información como repartiendo pizzas, el periodista de hoy tiene que hacerse respetar y debe sentirse más cercano al bienestar de la sociedad que a la seguridad de un jefe. Con las armas teóricas y técnicas que brindan las buenas universidades es posible que un egresado de la facultad de comunicaciones haga la competencia.


Por: Luis Palomino



[1] “¡Basta de televisión basura!”, el Consejo Directivo de este gremio exhortó a los propietarios de estos canales reemplazar a esos programas por otros que contribuyan a construir una sociedad mejor, con valores y principios sólidos. De: http://peru.com/actualidad/mi-ciudad/colegio-periodistas-canales-tv-basta-television-basura-noticia-246424
[2] Aeropajitas: http://www.youtube.com/watch?v=oV0S_frOpJw
[3] Jean Paul Sartre.
[4] Ver: http://elcomercio.pe/tvmas/television/valor-verdad-mariella-zanetti-nueva-invitada-noticia-1727544  

[5] http://elcomercio.pe/luces/libros