PARAÍSO REPENTINO, muestra de Héctor Delgado –Sinicio-.
Locación: Galería El Borde del Centro de la Imagen
Antes
de leer el pequeño texto de Tilsa Otta, pintado en una pared, que refiere su
análisis sobre esta muestra, uno, notando las tonalides grises, los escenarios
sórdidos, y los protagonistas de las imágenes que cuelgan encuadradas en
contraste sobre un espacio blanco, piensa, de inmediato, en la palabra industrialización. Efectivamente, Tilsa
Otta también incluye la palabrita en su análisis. Los colores grises remontan
inevitablemente a esa época. Pero las maquinarias gigantescas que poblaban la
tierra en las fotografías de la Revolución Industrial, han desaparecido en la
realidad -hecha a collage- de Sinicio. Eso sí, ha quedado el humo que
expulsaban otrora dichosas construcciones metálicas.
El ambiente está contaminado, en
los fondos, detrás de los pintorescos sujetos que protagonizan los collages, se
pueden apreciar territorios
depredados con grandes emanaciones gaseosas de colores oscuros y nubes negras.
Escasean las miradas. Sí, las
hay, pero en todos los cuadros los sujetos han sufrido cirugías: sus ojos han
sido reemplazados por otros que generan un aspecto perverso. Es como si la
explotación industrial y también la
violencia de los años de guerra hubiesen afectado sus cuerpos, convirtiéndolos
en monstruos.
Hay un conocido dicho que afirma
que los ojos son las ventanas al alma.
En los mundos creados por Héctor Delgado
hay pocas ventanas, que dan la impresión de ser inamovibles, plásticas,
carentes de vida, automatizadas, infestas por un virus que no las deja expresar emoción.
Hay otros sujetos que cubren sus ojos con lentes. Estos personajes la
pasan bien, la pasan bomba, por ejemplo, en el caso de los cinco sujetos engalanados
con ternos y gafas de sol, sentados sobre las butacas de algo que podría ser un
cine. Estos disfrutan relajaditos de lo
que hay en la pantalla, fácil el circo humano al que nos someten, mientras, a
sus espaldas, el mundo explota.
Los cinéfilos
Lo que Héctor quiere expresar, a mi entender, es el
desparpajo de los cerdos que gobiernan este planeta y su completa indiferencia
ante la destrucción. Héctor expresa una estética caótica.
Más allá –más arriba, en estas
hojas-, otros lentes con un hombre, que tiene un par de cuernos saliendo de su
cabeza calva. Fuma un gran puro –o un gran troncho-, viste camisa y mandil, y
entre sus manos sostiene un crucifijo. Detrás de él: una masa de humo negro se
expande sobre un lugar desértico.
Más allá, unos hombres anónimos
-¿jueces?-, con melenas blancas y uniformes, que los hace semejantes a ovejas
del mismo rebaño, miran con parsimonia el panorama que tienen en frente: otro
lugar desértico.
Más allá, dos hombres descalzos están
enterrados de cabeza sobre la tierra. Entre ellos, un gordo con camisa y
corbata, que podría ser un banquero, tal como un equilibrista que pasa por lo
alto sobre una cuerda floja, extiende sus brazos y separa sus piernas para no
perder el balance. Sus ojos están cerrados, y hay en él una expresión mecánica,
como de sonámbulo, como de robot a la deriva. Pero tiene zapatos, camisa blanca
y corbata. Quizá es eso lo que lo mantiene en pie. Pero, ¿qué hay de los hombres enterrados de cabeza?
La
crítica me parece evidente: ni la religión, ni la política, ni el intelecto, ni
el dinero salvarán al hombre de su destrucción. ¿Para qué tantos conocimientos, tanto avance científico, tantas ansias
por lo material, por el reconocimiento, si igual todos nos estamos yendo a la
mierda?, ¿no te das cuenta?, creo que interpela Sinicio.
Y sí, todos nos estamos muriendo.
La realidad que ha construido
Sinicio es de pesadilla. Una pesadilla que sus propios protagonistas aceptan; en
el caso de los cinéfilos, ellos saben
que el mundo se está jodiendo, quizá, por eso, porque tienen la ventaja de ser cool, porque tienen la opción de cambiar
la realidad desde sus butacas con tan sólo una llamada telefónica, en fin,
porque se creen, y tal vez porque son, aunque no les pertenezca, dueños de La
Tierra, la pasan bien. El hombre de los cuernos y el crucifijo también la pasa
bien. Tiene lentes, fuma relax. Es cool.
La religión puede ser un vicio
más, como el tabaquismo; el catolicismo puede ser otro gol de la publicidad,
como la venta de cigarrillos: logra que la gente consuma irracionalmente. El hombre cornudo sosteniendo el crucifijo
desliza la idea de que él maneja a su antojo la religión.
El contenido de las imágenes ha
sido extraído de fotografías de revistas, de diarios. El uso del collage
sirve
para crear una realidad del mal, con una estética que transmite la sensación
del cine de horror clásico –
idea
del cirujano estético que desfigura la belleza natural del cuerpo: Frankenstein-.
Sin embargo, el material gráfico expuesto, aunque bordea el surrealismo
, no deja
de poseer
intersubjetividad, nadie
puede decir que no entiende lo que ve, que es irreal, porque el collage ha sido
elaborado por el autor basándose en individuos que son fácilmente reconocibles,
y con los que uno puede ser prejuicioso: los políticos, los jueces, el
religioso, el banquero gordo, etc.
En este sentido, el collage ayuda
a que veamos la realidad como tal vez la representamos con nuestra opinión. Una realidad incómoda. El mundo real no se ve tan mal, tiene color,
y los políticos, por ejemplo, cuando no se muestran para las cámaras, cuando no
cometen deslices que revelan su absoluto desinterés por la sociedad, aparentan
que sí, que les importa el desarrollo. Pero si eso fuese cierto, este collage
sería incomprensible.
Pero no lo es.
Aparte de las observaciones
anteriores, noto que hay elementos que prevalecen a la depredación. Incluso la
naturaleza está muerta con la ausencia de colores llamativos, con los panoramas
de destrucción, de apocalipsis, de soledad. La niña que se traga el pájaro.
Pero los lentes están ahí, los
lazos de tela, la bufanda y el collar, las corbatas y los ternos están ahí. Las
bombas están ahí. No hay vida en las imágenes, pero sí una preservación de las
creaciones humanas, que reflejan sus ideas, sus necesidades, y sus vicios. Es
como si creásemos para que los objetos nos excedan, para que nos hagan ver
mejor. Para que nos representen. Como a esta señora:
La señora representada por su, aparente, bufanda y su collar
En el fondo, esta exposición, con
altas sugerencias críticas, con alteraciones de la realidad que pueden resultar
atrevidas y jocosas, no deja de ser, para un servidor, una muestra lamentable y
decadente de lo que en algunos momentos es el presente del mundo. A lo mejor,
es un escenario exagerado el planteado por Sinicio; a lo mejor, no somos así.
Igual, a pesar de todo, esta
exposición –nunca mejor aplicada la denominación para esta actividad-, esta
exposición está hecha de imágenes que el individuo, si así lo desea, amén,
puede llenar de color si ha entendido a l
g o del mensaje.